Oxígeno, por compasión

Fernando Rodríguez Páramo

Hace falta oxígeno político porque este país y esta ciudad se van al mismísimo garete, curiosamente gobernados, el uno y la otra respectivamente, por partidos de diferente signo y es que el despropósito, la ignorancia y la dejadez política son factores que unen indisolublemente a gestores tan impotentes como nefastos.
El hombre de la sonrisa bodeviliana, el señor Zapatero, ha hecho que España sea conocida mundialmente como la mendiga universal. Le ha faltado al presidente limpiarle las botas al presidente en funciones de Estados Unidos después de hacerle la colada al marido de la sensacional Carla Bruni.
Total para nada, porque la economía no la arregla ni el flamante Obama; la economía se arregla sola cuando, eso sí, los agentes económicos y financieros decidan ganar menos pasta para evitar otra gran depresión y comprendan que las clientelas mundiales han dejado de comprar tanto como antes y se quitan de la chepa la marca de consumista. Fenómeno que ya empieza a notarse casa por casa y bloque por bloque.
Pero si Zapatero se conforma con escuchar de boca de Bush aquello de "¿Que tal amigo?" y poner cara de haba, agárrate con lo que tiene enfrente. El Partido Popular no acaba de creerse la renovación in extremis del señor Rajoy, otro pedigüeño harto de perder elecciones y perdido en un horizonte que ni existe ni, por lo tanto, llega a ilusionar lo más mínimo. A nivel Melilla...


todo es diferente, como aquel conocido spot turístico de los años 60 y 70, 'Spain is different'. Y tanto. Aquí manda Imbroda a todo lo largo y ancho de los 12 kilómetros cuadrados porque nada ni nadie se le escapa. Aquí sólo ocurre lo que yace en la mente de Imbroda y desarrolla su ingente cuadrilla de pelotas, absolutamente incapaces de pensar cualquier ocurrencia que no provenga del despacho oval de la Plaza de España.
Por lo anterior, opino que la llegada de Rosa Díez a la esfera política española constituye un soplo de aire fresco y saludable; es la gran esperanza de los votantes defraudados, de los españoles que votaban por ilusión y hoy votan por dudoso instinto. Si acaso, consideran que tras cinco decenas de silencio y amortajamiento democrático, más vale votar a cualquier soplapoyas que quedarse en casa sin votar, como aquellos pobres abuelos y bisabuelos a quienes cerraron sus bocas, no así sus conciencias, los fascistas al uso.
Rosa Díez es cuestión distinta porque contagia ilusión, fuerza y sinceridad. Se ha convertido, a lo largo de sus frecuentes intervenciones, en la voz de quienes comenzaban a desesperarse con tanta medianía, tanto interés oculto y tanta impureza política. En ella y su partido se puede confiar porque tienen los avales de la transparencia, la verdad y la dignidad, que no son pocos.
A España y a Melilla les hace falta un cambio de proa para que el ciudadano recupere la confianza en el sistema democrático, para que la Constitución deje de ser sólo un número rojo en el calendario y un fin de semana en la Bocana, para que los melillenses y españoles en general se sientan orgullosos de sus respectivos gentilicios. Rosa Díez debería convertirse en el necesario oxígeno de una sociedad política en franca crisis. Tiene trabajo por delante Unión, Progreso y Democracia, pero no le faltarán alientos porque hay mucho desesperado anhelante de oxígeno, aunque sea por compasión.