Convendrán conmigo que nos encontramos ante una
recesión de la democracia de manera globalizada, algunos hasta llegan a
calificarla como de “ineptocracia”. Lo cierto, es que la actual clase política
está devaluada, gozando de escaso prestigio. Los ciudadanos están dejando de
creer en las instituciones del Estado así como en las marchitas ideologías de
los partidos. Por otro lado, la división de poderes –pilar de la democracia- está
muy depreciada, fruto de la apabullante injerencia del ejecutivo, comandado por
el líder del partido de turno.
El abstencionismo electoral y tanta desilusión, contrasta
con la necesidad de todo ser humano a la hora de encontrar refugio para sus carestías
y tribulaciones. Los localismos
políticos se han convertido en esa “casa materna” a la que se vuelve maltrecho
y desilusionado después de una gran aventura de expansión, ambición y también
traiciones. Sabes que en ese espacio encontrarás respuestas, comprensión y
cobijo; que entienden lo que dices, lo que demandas. Es inmediatez política,
directa con el convecino, estrecha, franca y sincera. Por eso el auge e
importancia de formaciones locales como Coalición Canaria con Ana Oramas o el
Partido Regionalista de Revilla y sus ya famosas anchoas y AVE a Cantabria,
etc.
Si ustedes ponen en el buscador de Google “partidos
localistas en España” ¿saben cuál es la primera entrada?, pues sí, Coalición
por Melilla, esa formación que abrió los telediarios nacionales en las pasadas
elecciones del 28 de abril y que hace unos días Pablo Casado, líder del PP nacional tildó como “partido radical”,
hiriendo a sus más de diez mil votantes –entre los que me encuentro- calentando
el ya clásico discurso del miedo para preparar lo que han venido a llamar por
ellos mismos “plebiscito” en referencia a la próxima convocatoria del 10 de
noviembre. Junto a Pablo Casado consentían tan frívolo discurso la cúpula del PP
local, los mismos que tienden manos negociadoras o puentes para gobernar junto
a CPM. Paradojas de la vida, muy frecuentes en la actual política.
No tengo reparos en escribir y manifestar públicamente
–porque así lo creo y siento- que Coalición
por Melilla es “un activo” necesario para el presente y futuro de una ciudad
que el inmovilismo conservador ha condenado sin porvenir. Que hoy es la
única vía con la suficiente independencia y peso social para que nuestra voz y
reivindicaciones sean escuchadas en las altas instituciones del Estado, porque los partidos nacionales no han sabido
representarnos adecuadamente, han fracasado.
Aunque los rescoldos del viejo “africanismo colonial”
se empeñen en presentar a CPM como una formación de carácter étnico-religiosa,
a sus componentes como apestados iletrados y a su presidente -el humanista-
Mustafa Aberchán como el mismísimo Leviatán; ese, es un perverso, cruel y
malintencionado dibujo de la realidad.
CPM es un partido español, constitucional y
progresista, segunda fuerza más votada en la ciudad y, por tanto, con capacidad para facilitar gobiernos
estables y trasversales mediante acuerdos con cualquier otra formación, no lo
olvidemos.
Coalición por Melilla tiene una clara vocación de
servicio público y de justicia social, siempre llamando al diálogo y la
concordia, buscando la integración y la franca convivencia entre culturas, el
consenso en políticas de ciudad y con la intención de convertirse en un
vehículo político para todos los melillenses sin discriminación ni excepciones.
Pero por desgracia, concretos intereses han pretendido –y pretenden- utilizar a
CPM ante la opinión pública como los “enemigos de la españolidad y del sistema”;
como “adversarios siniestros a batir”, acorralándolos -a mi criterio- de forma
peligrosa, errónea e injusta.
Una estrategia, provocación e irresponsabilidad que
ojalá no tenga consecuencias y que los melillenses, a través de las urnas, se
encarguen de reparar otorgando a CPM el lugar que reclama y se está ganando a
pulso para el beneficio de toda la comunidad en general. Para esa joven
sociedad que estamos generando, que por suerte y ejemplo, carecen de anteriores
lastres y prejuicios. Los llamados a tomar el relevo.
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