5/10/19

Noventa días y noventa noches


El 4 de octubre se cumplen tres meses de la toma de posesión del nuevo Gobierno surgido tras las elecciones locales y autonómicas de mayo pasado.  No está en mi ánimo hacer un relato exhaustivo de los aconteceres diarios desde entonces, sí opinar libremente en esta tribuna desde una perspectiva abierta, alejado de la acritud de la intolerancia o de la torpeza de la incomprensión.
Les confieso, antes de continuar, que la idea de construir una Melilla más próspera, cohesionada y justa dentro de un marco de convivencia pluricultural y pluriétnica -sin aprensión a los cambios- me seduce tanto, que mi corazón estará siempre abierto ante un proyecto de tal magnitud. Nada más progresista y transversal.
Se ha criticado mucho la estructura del Gobierno y también sus primeros pasos en lo que habrá de ser una travesía compleja. Los argumentos esgrimidos, además de precipitados, fruto seguramente de la frustración, los considero desproporcionados.
No es frecuente llegar a acuerdos de gobernabilidad entre tres partidos como es el caso. Habrá que irse acostumbrando porque será la tónica general en toda España a partir de ahora. Corren malos tiempos para los que añoran las mayorías absolutas y sus arbitrarias “comodidades”. Conviene ir asumiendo y estudiando el manual sobre la “mecánica” de los pactos.
Resulta novedoso el “compromiso a tres”, pero no por esa naturaleza condenado al fracaso o leña para “alimentar una hoguera”. Ni siquiera nació con el beneficio de la duda que se le otorga a todo hijo/a de vecino/a. Hubo “convulsión”, sí, pero fue porque colisionó frontalmente con el histórico inmovilismo, un estruendo que todavía se oye.
También puede resultar extraña la diversidad de sus pautas, tiempos o métodos, fruto de una naturaleza ideológica diferente que busca encaje en el espacio, pero que confluyen hacia el mismo destino. Podríamos decir en términos ciclistas que el objetivo o el reto es “encontrar la cadencia de pedaleo más eficiente, utilizando los desarrollos oportunos”. O sea, fuerza –la decisión firme de mejorar la ciudad- y por otro lado, habilidad para manejar de forma inteligente los “cambios, platos y engranajes” en los terrenos de tránsito.
Parece como si cierto sector político considerase al nuevo “ejecutivo tricolor” como osados allanadores de morada, intrusos o indolentes okupas. Tanto tiempo de complaciente confort, a veces, lleva a la incredulidad y la confusión.
La “Casa del pueblo” no se transmite hereditariamente, tampoco pasa a ser propiedad privada por usucapión –posesión continuada- como en el derecho romano, porque resulta que es una “Res pública”. Digamos que ayer estuvo largamente ocupada; hoy lo está por otros; mañana, nuevos moradores vendrán. Todos esgrimiendo el mismo derecho y legitimidad para intentar mejorar el bienestar de los melillenses y, consecuentemente, con el riesgo también de equivocarse.
El esfuerzo y la tarea de los/las responsables de las distintas áreas de gobierno está siendo encomiable, me consta, porque saben que hay que demostrar mucho en un clima y condiciones adversas que no son las más óptimas. Transiciones y traspasos de poder siempre complejos en condiciones normales de lealtad democrática. Pueden imaginar la dificultad añadida cuando no existe atisbo de generosidad colaborativa y todo es inquina o resquemor.
La “nueva Melilla” precisa de políticas y pactos de ciudad, como también del arranque de amplios proyectos consensuados que reactiven nuestra decadente economía. El soporte financiero para todos ellos habrá de llegar con los PGCAM para el año 2020, presupuestos, recordemos, por primera vez participativos que están cosechando una exitosa aceptación.
Han transcurrido noventa días con sus noventa noches. De momento, ninguna “tragedia griega”, “calamidad o epidemia” digna de significar pese a las típicas “zancadillas” y los augurios de “eclipses y tsunamis” catastrofistas. Aquí sigue amaneciendo y la bandera de España ondeando.
Como ciudadano comprometido, defensor de la racionalidad en el ejercicio de la gestión pública, apuesto por alcanzar lo que Melilla viene demandando -y todavía no ha logrado- en el terreno socioeconómico y político. Después de oír cientos de promesas incumplidas y reivindicar durante muchos años soluciones que nunca fueron atendidas, creo que los recién llegados merecen el beneplácito y la oportunidad de intentar satisfacer esas demandas.
Y para reforzar lo anterior, totalmente de acuerdo con la frase publicada por el editor Enrique Bohórquez del diario Melilla Hoy:
"Sería conveniente que, de cara a la repetición de las elecciones generales del 10 de noviembre, Melilla tuviera en el Parlamento español un representante de un partido político genuinamente local". Conveniente, urgente y muy necesario disponer de esa voz independiente en Madrid.

23/9/19

¿Cómo se lo explicamos a los ciudadanos?



El 10 de noviembre los españoles tendremos de nuevo otra cita en las urnas. La grandeza de la democracia, dirán algunos; el fracaso de la clase política y los partidos que los sustentan, pronuncian otros. El coste: unos 140 millones de euros, sin contar las subvenciones a formaciones políticas para gastos, colegios electorales, despliegue de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, telecomunicaciones, etc. Desde 2015 hemos dispuesto para tales menesteres unos 540 millones de euros. En cualquier empresa privada, semejante despropósito, habría significado el despido de casi todos sus dirigentes, pero España, ya saben, es diferente.
Aquí cuando hablamos de dinero público -que es de todos- poca gente parece mostrar interés o sensibilidad alguna, y claro, así nos va: la deuda pública –que pagamos a escote- ya está en torno a los 1.210 millones de euros -de los primeros en el ranking mundial- arrastrando una carga de 31.000 millones de euros de intereses anuales.
Pedro Sánchez habrá hecho sus cálculos, pero nos encaminamos hacia un escenario sin precedentes, repleto de incógnitas a pesar de la mucha mercadotecnia y demoscopia derramada. Nuestros dirigentes nacionales se empeñan en "indignar y perturbar" a un electorado que harto y como castigo, puede "salir por peteneras". Provocar en este caso, es jugar con fuego.
Siempre me postulé partidario de reformar la perversa e injusta Ley Electoral. Estamos padeciendo su decrepitud y obsolescencia. Fue elaborada para favorecer a determinados sectores y territorios en la Transición, que desde entonces, han condicionado la política española. Ahora, en el año 2019, hemos llegado al límite de su ineficacia y toxicidad.
Dicen que el sistema electoral perfecto no existe y creo que tienen parte de razón, pero el definido por Giovanni Sartori: “uninominal, mayoritario y a dos vueltas” solucionaría el actual desbarajuste y cambalaches para elegir un Presidente, y  en consecuencia, un Gobierno estable  votado directamente por el pueblo a través de las urnas. 
Lo anterior no deja de ser un pensamiento utópico, porque supondría cambiar el sistema acomodaticio de partidos y sus líderes, los mismos que tendrían que apoyar y proponer esas reformas. En lenguaje coloquial: “hacerse el harakiri”.
La repetición de las elecciones son una oportunidad para tratar de recuperar y fortalecer el viejo bipartidismo de siempre –PP-PSOE- después del fracaso de quienes decían pretender romperlo.  Además, el establishment “está por la labor”. No quieren fisuras ante el más que probable retroceso económico que se perfila en el horizonte, junto a la confrontación pendiente de resolver en Cataluña.
¿Y qué pasará ahora en Melilla?  Las anteriores elecciones de abril en la ciudad fueron muy reñidas, consiguiendo al final el Partido Popular un pleno para Congreso y Senado –sufriendo, eso sí, en el escrutinio de votos, un tiempo de congojas y abatimientos- con unos márgenes bastantes exiguos, comparándolos  con los procesos electorales de años anteriores.
Lo que sí quedó muy claro –algo confirmado en las autonómicas y locales de un mes después- es que el Partido Popular perdía fuerza hegemónica; que el escenario político se fragmentaba y que un partido progresista y local, Coalición por Melilla, emergía mostrando una renovada vitalidad y fuerza de movilización -destinada a ampliarse- que sembró la preocupación entre sus adversarios. No es fácil derribar murallas históricamente infranqueables, pero hay que seguir en el esfuerzo firme de intentarlo una y mil veces.