Emilio Guerra
El estamento militar, tras la caída del régimen anterior, ha sido objeto de una atención despiadada e irracional en muchos casos. La Transición democrática y los distintos gobiernos, fueron siempre recelosos y puntiagudos con el elemento castrense, quizás, al que se le achacaba ser heredero y depósito de un tradicionalismo obsoleto, así como de ideas o conceptos contrarios a la nueva corriente regeneradora. Había -o hay- mucho resquemor y recelo entre la clase política para con los militares, como si sus componentes hubiesen sido transportados, acaso, en una máquina del tiempo y no fuesen lo que realmente son, ciudadanos modernos, en su inmensa mayoría nacidos y educados en plena época de libertades.
De esta forma, nunca hubo un gesto hacia ellos, nunca el mínimo detalle para ser tratados como colectivo profesional o como seres humanos que son. Todo lo contrario, se les apretó el “cinturón” aún más, se les recortaron presupuestos y plantillas, se les añadieron nuevas y arriesgadas misiones, con exigencias de sacrificios extremos sin las compensaciones adecuadas.
Después de 31 años de vigencia de la Constitución Española, son los únicos en este país que carecen de muchos de los derechos ahí solemnemente consagrados. Son ciudadanos de tercera, los mismos que tienen la obligación de dar la vida, si es preciso, en la defensa de las misiones que se les encomienden: les guste o no les guste, vayan acorde a sus principios o no. Ese es su trabajo, por el que cobran un salario ínfimo.
Son un colectivo “sometido” bajo el férreo puño de una legislación anticuada e ineficiente, que la clase política maneja a su antojo, sabedores de no acarrear ningún problema ni conflicto, habida cuenta la nula contestación que pueden recibir. Aquí, el que hable u opine, es enviado inmediatamente a “galeras”; a él, y lo que es peor, también se condena a toda su familia. Lo cómico del asunto, lo hipócrita y lamentable, es que todavía se les exija lealtad por parte de los “demócratas bien pagados” de turno. Llevan toda la vida siendo disciplinados y leales, no tienen nada que demostrar. ¿Cuándo le daréis vosotros, charlatanes, un poquito de libertad, un gramo de democracia y un paquete de atenciones a sus demandas?
Las medidas que ahora se adoptan de reestructuración de las FAS -cuestión necesaria y que ningún profesional pone en entredicho- están siendo utilizadas por unos y otros para polarizar una vez más el enfrentamiento al que nos tienen acostumbrados en el camino a fraccionar, atemorizar y alarmar gratuitamente a la sociedad melillense. De nuevo, la demagogia partidista entra en acción, y ambos (PP y PSOE) lejos de defender criterios objetivos y mostrarse sensibles a una adaptación menos radical, -teniendo en cuenta y dando representación a los miembros de las Fuerzas Armadas que pudieran verse perjudicados- son incapaces de imponer la lógica a la hora de abordar el problema. La razón de nuestros nefastos políticos, dista mucho, como ven, de la auténtica sensatez.
El estamento militar, tras la caída del régimen anterior, ha sido objeto de una atención despiadada e irracional en muchos casos. La Transición democrática y los distintos gobiernos, fueron siempre recelosos y puntiagudos con el elemento castrense, quizás, al que se le achacaba ser heredero y depósito de un tradicionalismo obsoleto, así como de ideas o conceptos contrarios a la nueva corriente regeneradora. Había -o hay- mucho resquemor y recelo entre la clase política para con los militares, como si sus componentes hubiesen sido transportados, acaso, en una máquina del tiempo y no fuesen lo que realmente son, ciudadanos modernos, en su inmensa mayoría nacidos y educados en plena época de libertades.
De esta forma, nunca hubo un gesto hacia ellos, nunca el mínimo detalle para ser tratados como colectivo profesional o como seres humanos que son. Todo lo contrario, se les apretó el “cinturón” aún más, se les recortaron presupuestos y plantillas, se les añadieron nuevas y arriesgadas misiones, con exigencias de sacrificios extremos sin las compensaciones adecuadas.
Después de 31 años de vigencia de la Constitución Española, son los únicos en este país que carecen de muchos de los derechos ahí solemnemente consagrados. Son ciudadanos de tercera, los mismos que tienen la obligación de dar la vida, si es preciso, en la defensa de las misiones que se les encomienden: les guste o no les guste, vayan acorde a sus principios o no. Ese es su trabajo, por el que cobran un salario ínfimo.
Son un colectivo “sometido” bajo el férreo puño de una legislación anticuada e ineficiente, que la clase política maneja a su antojo, sabedores de no acarrear ningún problema ni conflicto, habida cuenta la nula contestación que pueden recibir. Aquí, el que hable u opine, es enviado inmediatamente a “galeras”; a él, y lo que es peor, también se condena a toda su familia. Lo cómico del asunto, lo hipócrita y lamentable, es que todavía se les exija lealtad por parte de los “demócratas bien pagados” de turno. Llevan toda la vida siendo disciplinados y leales, no tienen nada que demostrar. ¿Cuándo le daréis vosotros, charlatanes, un poquito de libertad, un gramo de democracia y un paquete de atenciones a sus demandas?
Las medidas que ahora se adoptan de reestructuración de las FAS -cuestión necesaria y que ningún profesional pone en entredicho- están siendo utilizadas por unos y otros para polarizar una vez más el enfrentamiento al que nos tienen acostumbrados en el camino a fraccionar, atemorizar y alarmar gratuitamente a la sociedad melillense. De nuevo, la demagogia partidista entra en acción, y ambos (PP y PSOE) lejos de defender criterios objetivos y mostrarse sensibles a una adaptación menos radical, -teniendo en cuenta y dando representación a los miembros de las Fuerzas Armadas que pudieran verse perjudicados- son incapaces de imponer la lógica a la hora de abordar el problema. La razón de nuestros nefastos políticos, dista mucho, como ven, de la auténtica sensatez.
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