16/7/11

El fraude de la democracia


Si alguien piensa que la situación de sometimiento político por “aplastamiento” que el mayoritario PP en Melilla impone, puede verse atenuado por mor de una “brisa democrática” que sustituya al Poniente o al Levante, va apañado. Casi con toda seguridad, el gobierno “austero” del Sr. Imbroda –risas aparte por el eufemismo- seguirá por los caminos del desparrame y dispendio marcados, aprovechando el clamoroso apoyo del pueblo que vota –que son los menos- y los legitima cada cuatro años (véase composición del macro-ejecutivo y léase el BOME nº 4834 de 15 julio, donde se nombra al personal eventual amigo).

Sí, ya sé, que esta mal llamada democracia es “un cachondeo”, una “timocracia” diría yo; es hipócrita y truculenta, además de injusta, pero está sostenida por una Ley Electoral, que en su perversión -lejos de servir al ciudadano- rinde acatamiento a la oligarquía dominante. Todo es cuestión de cambiarla, pero es algo a lo que no están dispuestos quienes ahora gozan de los chiringuitos, privilegios y territorios feudales que han destrozado el régimen autonómico y hundido en la ruina al país llamado España.

Eso de la “mayoría” también tiene su truco y mucha guasa. 51.454 personas tenían derecho a voto en las pasadas elecciones municipales en Melilla, aunque pasaron por las urnas algo más de 31.000. Si unas 20.000 se quedaron en casa –están hasta el moño de los políticos- y 14.000 se decidieron por otras opciones, con una calculadora en la mano, la verdadera mayoría está en el lado perdedor. Conclusión: nos gobierna y ostenta el poder un clan elitista minoritario, inmovilista por tradición, comprometidos, eso sí, en la defensa de sus intereses.

Es vital, por tanto, e imprescindible, la participación activa de los ciudadanos en la tarea política, porque esa desidia o desinterés, muchas veces más que justificada, habilita y deja fácil el camino para que otros, diciendo representarnos, nos expolien e impongan sus antojos, allí donde perfectamente podrías decidir o gobernar tú.

Añadan al asunto -ya en clave nacional- que a UPyD le ha costado, en términos electorales 3.060 votos cada concejal alcanzado; 319 votos al PP; al PSOE, 288; a CiU 201; y agárrense, porque a los “filoetarras” de Bildu, sus 1.138 concejales le han salido por 275 papeletas.

¿Qué clase de democracia es la que no considera por igual a todos los votantes? ¿Dónde está la justicia y equidad en un sistema que a unos les exige 3.060 votos –UPyD- y a otros 201 -CiU- para otorgarles representación? ¿Qué clase de timo es la Ley Electoral? ¿Se dan cuenta ustedes del escandaloso fraude en el que se sustenta el sistema democrático de este país? ¿Comprenden ustedes por qué decimos que el sistema está podrido y solo sirve a unos cuantos aprovechados?

Y mientras tanto, se siguen escuchando lamentos y quejas en las barras de las cafeterías, aunque a la hora de la verdad, en las próximas generales, seguirán saliendo elegidos: imputados, tramposos, corruptos y prevaricadores, complaciéntemente acreditados por sus partidos y con la certificación de millones de votos. Son especímenes singulares, asentados en el “chollo que les regalan”, impunes, a los que parece ser, les favorece electoralmente y les gana en popularidad e imagen ese “morbo de prensa amarilla” donde el escándalo es protagonista. Otros, por mucho menos, están entre barrotes.

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