Emilio Guerra
Sinceramente, estoy hastiado de tanta patochada, condenas públicas y minutos de silencio, que lo “políticamente correcto” exige tras un asesinato de la banda ETA. Estoy empachado de declaraciones institucionales posteriores, donde los políticos de turno rodeados de focos y cámaras, manifiestan firmes intenciones de voluntades, que a posteriori en la práctica, se disuelven arrojadas al viento.
Y sostengo tal sentimiento con serenidad, procurando alejar la rabia y el enervamiento sanguíneo que fluye por mis venas tras la muerte de otro servidor público, el mismo que velaba en una garita por nuestra seguridad y libertad.
Como ciudadano español, me invade la vergüenza cuando asisto a tales escenificaciones de condolencia y dolor, ya que después de tantos años, ha quedado más que probado que de nada sirven para la derrota definitiva de semejante organización terrorista. Sobre todo, cuando se quedan sólo en eso, porque la experiencia demuestra y avala mi afirmación.
Cuantos muertos -se preguntaba Rosa Díez en un artículo anterior- harán falta para que dejemos de lado los intereses partidistas y las concesiones benevolentes en aras de conseguir mayores cotas de poder. La lucha antiterrorista es compleja y difícil, pero con nuestras actitudes, allanamos el camino a los fascistas que quieren imponer el totalitarismo y el terror en un pueblo noble como el vasco, arrastrando también a toda la sociedad española.
Es obvio que no utilizamos eficaz y convenientemente todos los instrumentos que un Estado de Derecho, como el nuestro, posee para enfrentarse a semejante lacra miserable. Muchos ejemplos hay que llenan de sonrojo a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y emociones; porque atentan contra principios elementales de los derechos humanos, porque van en contra de la misma decencia política.
Estoy asqueado de tanta purulencia verbal que pretende justificar lo execrable o maneja la hipocresía sin perturbarse. La pasividad y permisividad de algunos órganos del Estado, tolerando se nos cuelen en las instituciones partidos pro-etarras que luego buscan los beneficios y financiación de la administración –más de 6 millones de euros que pagamos todos- para sus oscuros fines, clama como la ignominia más bochornosa de los políticos y la decadente democracia española.
Y así seguimos, sin elaborar un Pacto de Estado contra el terrorismo por las fuerzas representativas, negociando con puntualidad y sin pudor con quienes matan indiscriminadamente, para al final facilitar su rearme; dotando a sus condenados de privilegios penitenciarios; les pagamos el paro, los estudios en la universidad o les hacemos guiños interesados a los nacionalismos radicales e independentistas que en muchos casos se aprovechan de la indignidad… y un largo etcétera, cada vez más impúdico, vomitivo y pestilente.
Sinceramente, estoy hastiado de tanta patochada, condenas públicas y minutos de silencio, que lo “políticamente correcto” exige tras un asesinato de la banda ETA. Estoy empachado de declaraciones institucionales posteriores, donde los políticos de turno rodeados de focos y cámaras, manifiestan firmes intenciones de voluntades, que a posteriori en la práctica, se disuelven arrojadas al viento.
Y sostengo tal sentimiento con serenidad, procurando alejar la rabia y el enervamiento sanguíneo que fluye por mis venas tras la muerte de otro servidor público, el mismo que velaba en una garita por nuestra seguridad y libertad.
Como ciudadano español, me invade la vergüenza cuando asisto a tales escenificaciones de condolencia y dolor, ya que después de tantos años, ha quedado más que probado que de nada sirven para la derrota definitiva de semejante organización terrorista. Sobre todo, cuando se quedan sólo en eso, porque la experiencia demuestra y avala mi afirmación.
Cuantos muertos -se preguntaba Rosa Díez en un artículo anterior- harán falta para que dejemos de lado los intereses partidistas y las concesiones benevolentes en aras de conseguir mayores cotas de poder. La lucha antiterrorista es compleja y difícil, pero con nuestras actitudes, allanamos el camino a los fascistas que quieren imponer el totalitarismo y el terror en un pueblo noble como el vasco, arrastrando también a toda la sociedad española.
Es obvio que no utilizamos eficaz y convenientemente todos los instrumentos que un Estado de Derecho, como el nuestro, posee para enfrentarse a semejante lacra miserable. Muchos ejemplos hay que llenan de sonrojo a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y emociones; porque atentan contra principios elementales de los derechos humanos, porque van en contra de la misma decencia política.
Estoy asqueado de tanta purulencia verbal que pretende justificar lo execrable o maneja la hipocresía sin perturbarse. La pasividad y permisividad de algunos órganos del Estado, tolerando se nos cuelen en las instituciones partidos pro-etarras que luego buscan los beneficios y financiación de la administración –más de 6 millones de euros que pagamos todos- para sus oscuros fines, clama como la ignominia más bochornosa de los políticos y la decadente democracia española.
Y así seguimos, sin elaborar un Pacto de Estado contra el terrorismo por las fuerzas representativas, negociando con puntualidad y sin pudor con quienes matan indiscriminadamente, para al final facilitar su rearme; dotando a sus condenados de privilegios penitenciarios; les pagamos el paro, los estudios en la universidad o les hacemos guiños interesados a los nacionalismos radicales e independentistas que en muchos casos se aprovechan de la indignidad… y un largo etcétera, cada vez más impúdico, vomitivo y pestilente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario