Decía el maestro D. Antonio García
Trevijano sobre los consensos políticos, que eran “fruto de un fracaso” al no poder imponerse la voluntad o el criterio
de una sola de las partes. “El consenso
es contrario a la libertad y, justamente, donde hay consenso, no hay libertad”.
Y es así en sentido estricto, aunque en los actuales momentos el cálculo
aconseja y empuja a apostar por los consensos –incluso a costa de esa libertad-
para alcanzar un plano eficiente de convivencia en lo que se viene llamando la
“democracia representativa”; otro término, sin duda, para el debate.
Melilla se enfrenta a un futuro donde la
cohesión y el entendimiento entre el “establishment” político y el
económico-financiero se me antoja imprescindible. Es esencial la negociación,
el pacto y el compromiso en un contexto que presenta hondas grietas sociales,
así como una cultura política bastante fragmentada.
Algunos piensan que cualquier “movimiento”
posible podría llevarnos a lo que en ajedrez se denomina “Zugzwang” –cuando la
obligación de mover ficha, supone irremediablemente perder la partida- pero yo
tengo una visión más optimista y esperanzadora, sin dejar de reconocer que los
cambios producen incertidumbres y hasta convulsiones. Es el peaje que se ha de
pagar para combatir un añejo inmovilismo pernicioso.
Si pretendemos iniciar el proceso que nos
lleve hacia una Melilla diferente y próspera, es necesaria la participación y
coalición de todos los partidos políticos posibles -en franca corresponsabilidad-
para alcanzar las metas establecidas.
Hace algún tiempo leí que “la democracia necesita de polos opuestos
con los que la población pueda identificarse”; fiel reflejo de lo que ha
venido ocurriendo en nuestra ciudad, donde al adversario político se le
considera enemigo además de truhán y malvado. Nefasta práctica para conseguir supuestos
réditos electorales que al final, acaban radicalizando posturas y nos encajonan
en calles sin salida. Esa no es la democracia que yo defiendo.
Creo que la sociedad melillense está
necesitada de un modelo consensual para evitar focos de inestabilidad, luchar
contra el actual bloqueo económico y evitar un posible colapso político. La “democracia
consociativa” consiste en un sistema de negociación leal y permanente entre las
élites políticas y económicas de la comunidad así como de sus grupos
socioculturales, aunque originariamente persigan intereses muy diversos.
Pienso que la pluralidad “consociacional”
nos puede ayudar a la implantación de buenas políticas públicas que mejoren la
vida de los ciudadanos, y con ello, la credibilidad de sus instituciones. Estoy
seguro de que los ciudadanos prefieren gobiernos
en minoría necesitados de sólidas alianzas con varias formaciones, a ejecutivos
de mayoría absoluta -o un solo partido- como hemos experimentado en años
pasados.
Existen mecanismos “consociativos” para
que la oposición tenga también sus espacios institucionales o de poder, siempre
que “salgan de las trincheras y el abatimiento”, asuman su rol y contribuyan a
fortalecer el nuevo escenario local. No podemos caer en las malas praxis del
pasado, arrinconando o demonizando a quienes por “ventura o desventura” de la
pésima Ley Electoral vigente, les toca el importante ejercicio de la
fiscalización y el control de las labores de gobierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario