En UPyD llevamos
desde 2007 proclamando una necesidad imperiosa para nuestro Estado. La
democracia se ha degradado en tal extremo, que en estos momentos no es más que
un maquillaje, una capa de pintura que cubre multitud de vicios ocultos que la
convierte en una máquina al servicio y acomodo de quienes la manipulan bajo el
amparo de una discutible legalidad.
El sistema está
caduco, podrido, atrofiado, como consecuencia de la utilización torticera y
fraudulenta del marco normativo que lo sustenta. Sí, la ley, esa herramienta
indispensable para el buen orden social, político y económico de una comunidad,
que sin embargo, es “lanza” justificativa de un aparato que está muy distante
de servir al interés general. Y cuando el sistema no funciona, es atacado
impecablemente por el “virus” de la corrupción, que no es más que una perversa
alternativa de funcionamiento, eso sí, al servicio de unos pocos.
Y ese es el
problema, que el interés de la ciudadanía fue relegado hace tiempo al
ostracismo por quienes dicen ser sus representantes legítimos. Digamos que está
“celosamente tutelado” hasta el extremo de dejar sin contenido su natural e
histórica relevancia. A partir de ahí, todo ha sido “coser y cantar” para
fabricar una división de poderes al gusto; un espejismo, toda una encerrona a
la libertad.
Llegados a esa
situación, la democracia no es más que una “casa vieja” que se le viene el “techo”
encima. Los usurpadores, han construido un mundo paralelo, entramado de
privilegios, para dar cobertura a sus clanes oligárquicos bajo fórmulas
arbitrarias, injustas, que siempre tratan de legitimar con una especie de
“ingeniería legal” que además les convierte en la inmensa mayoría de los casos
en seres superiores, inmunes, acaparadores de un poder absoluto que no les
corresponde.
Se trata, de
devolver al pueblo lo que es del pueblo. Regenerar es revivir, reanimar,
recuperar algo que se está muriendo y se lleva tras de sí el futuro y el
porvenir de la mayoría.
Pero reivindicar
lo que parece obvio, es toda una afrenta para quienes dejando las cosas como
están, disfrutan de un estatus de privilegios, controlan, dirigen y manejan, en
una posición de franca ventaja que no están dispuestos a devolver.
Todavía nos
queda la capacidad de decidir cada cuatro años, aunque bien es cierto que
dentro de unas reglas “trucadas”, hechas “por y para” beneficio de los
alternantes de costumbre, donde la representatividad real brilla por su
ausencia.
Pero, aún así,
todavía queda un resquicio para la esperanza, donde los ciudadanos podamos dar
cumplida respuesta a quienes nos mienten, engañan, especulan con el dinero
público y convierten en suyo lo que es de todos.
Parece que en
España se ha iniciado un cierto movimiento de regeneración democrática, y aquí,
en Melilla, no nos podemos quedar atrás. Autoridades, políticos y gestores
incompetentes nos han hecho perder muchas veces el “barco” de la modernidad a
lo largo de la historia. Sería nuestra condena volver a permitirlo.
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