9/8/19

Además de un reto económico, es una barrera política

                             


No sé la cantidad de años que llevamos teorizando sobre el futuro socioeconómico de la ciudad. Las hemerotecas están repletas de declaraciones grandilocuentes, predicciones y evaluaciones técnicas de todo tipo, mientras el sector productivo, aquel que genera riqueza – y por tanto trabajo, así como prosperidad- languidece, se extingue para desesperación de quienes invirtieron dinero, esfuerzos, ilusiones y emprendimientos. Todo eso, bajo el “paraguas” del omnipresente poder político, cuyo horizonte siempre fue cortoplacista -no más allá de las siguientes elecciones- incapaces de afrontar proyectos encaminados a revisiones estructurales profundas, algunas veces por incapacidad o desidia. Otras, porque el coste siempre fue demasiado alto para sus intereses personales o partidistas.
Y así seguimos, reivindicando algo tan clamoroso como histórico, que hace tiempo dejó de ser recurrente para convertirse en urgente: el necesario cambio de modelo y estatus económico, un patrón acabado, actualmente aislado y prisionero dentro de una burbuja que impide cualquier posibilidad de evolución, desarrollo y crecimiento. Además, siempre dije y mantengo, que es muy peligroso convertirse en una especie de “rémora” para la tesorería de un Estado que no siempre prioriza y “hace suyo” aquello que creemos conviene a los melillenses como ciudad, y esa debilidad no deberíamos olvidarla nunca.
Melilla está atrapada,  cada día más asfixiada entre un marco normativo estatal y europeo que nos perjudica y excluye de su espacio de libre comercio, soportando además la competencia comercial y el lícito proteccionismo de Marruecos para favorecer el desarrollo económico de su territorio cercano a Melilla, lo cual, sin embargo, no impide que generosamente gastemos cada vez más en paliar la brutal desigualdad social y pobreza que nos llega a diario del vecino país por razones humanitarias.
No es posible continuar así, a nadie se le escapa, aunque esa extendida afirmación parece que no “motivó” lo suficiente para que la voluntad gubernamental -en años pasados- pusiera en marcha la maquinaria del cambio. Comodidad y confort generan inmovilismo, y además frenan oportunidades para que surjan las deseadas iniciativas. El subsidio público, llevado al extremo, es una “trampa” que nos condena a una dependencia y sometimiento nunca beneficiosos para el futuro que se pretende.
Tenemos un PIB per cápita de los más bajos de España con elevados índices de paro juvenil, fracaso y abandono escolar, alta tasa de natalidad y una brecha social que arrastra pobreza, exclusión y bolsas de marginación cada vez más amplias. Si además vamos perdiendo el poco tejido productivo que nos queda, convendrán conmigo que será imposible que la ciudad sea sostenible en los términos que todos deseamos.
Dicho lo anterior, mantengo la esperanza de que, buscando el mayor de los consensos, reconduzcamos una situación enquistada, compleja de revertir y merecedora –por el bien de las próximas generaciones de melillenses- de máxima atención, eficiencia y celeridad.
Sin embargo, no nos engañemos, cualquier acción de los actuales responsables políticos, así como de las instituciones y organismos responsables de “fortalecer el futuro de Melilla como ciudad española y de la Unión Europea para mejorar el bienestar de los ciudadanos” –así reza en el objetivo del Plan Estratégico pendiente de renovación- debe pasar por un filtro que a mi juicio lleva mucho tiempo frenando nuestra mejora, avance y futuro. Me refiero a los llamados “intereses de Estado” dentro de las relaciones exteriores entre España y Marruecos, una balanza política que se decanta casi siempre del otro lado, y que a día de hoy, es el principal escollo.

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