Emilio Guerra
La huida de
Puigdemont –ya convertido en prófugo de la justicia- y sus secuaces a Bélgica,
cobijo europeo predilecto de muchos bandidos de ETA en los años del terror, no
ha sido una casualidad ni un despiste.
Los españoles ya
estábamos con “la mosca tras la oreja” tras observar estupefactos, cómo
rebeldes, sediciosos, prevaricadores, malversadores, corruptos etc., andaban a sus
anchas sin que cayese todo el peso de la ley contra ellos, sin que ninguna
medida judicial preventiva se aplicase dado el evidente riesgo de fuga.
Se ha tardado
tanto en presentar las correspondientes querellas por rebelión y sedición –UPYD
ya lo hizo en el año 2015- que al susodicho “ex `president” -que hasta hace
pocos días alentaba a la insurrección y sacrificio del pueblo catalán- le ha
dado tiempo de hacer maletas, pasearse y tomarse unas cañas en su pueblo,
despedirse de los amigos y después coger “carretera y manta”, evitando así la
obligatoria llamada a declarar de los tribunales. Está claro que tras un mínimo
análisis, algo no encaja.
Lo dije y lo
mantengo, aplicar el artículo 155 de la Constitución en Cataluña –forzados por
la opinión pública- y tener que poner en marcha la maquinaria de la justicia –a
regañadientes y dando mucha ventaja al malhechor- se ha convertido en “una
patata caliente”, una pesadilla para Rajoy su timorato gobierno y la élite
partidocrática que le arropa.
A Mariano Rajoy
y los suyos, les asusta “explotar el éxito” e imponer la presencia y autoridad
del Estado en Cataluña -después de muchos años de abandono y complicidad- para poner un poco de orden a efectos de
normalización democrática, control de las instituciones y reequilibrio de la
actual ruptura social. Pero no, prefieren contemporizar sin entrar de lleno en
la raíz del conflicto con una estrategia a corto plazo, sin duda ineficaz.
De manera que
todos esos “discursitos” y loas de la respuesta ‘proporcional’ contra los
golpistas, son excusas y zarandajas, entre otras razones, para evitar el victimismo y el permanente
teatro-propaganda de los nacionalistas, aunque incomprensiblemente se les sigue
poniendo en bandeja su principal órgano de adoctrinamiento: TV3 y las
diferentes organizaciones, que fuertemente subvencionadas, llevan años trabajando
para el secesionismo y difundiendo el odio a España.
Tras el 1-O y el
155, existe un punto de inflexión como consecuencia del fracaso estrepitoso en
las formas de hacer política heredadas de la Transición. Todo cambiará a partir
de ahora, tanto en la política catalana como en la nacional. Se ha producido
una fractura social que contamina, divide y se extiende hasta las propias
familias, y eso es muy grave porque arrastrará consecuencias.
Saben
perfectamente que se abrió una “caja de truenos” que acabará explotándoles en
las manos, por eso están obstinados en la táctica de retrasar, atenuar y
erosionar lo menos posible bajo la falsa bandera de la “ponderación e
inteligente mesura”, aunque eso sí, aprietan el acelerador cuando se trata de
acaparar un posible botín electoral que se les puede volver en contra, porque
las últimas encuestas siguen dando mayoría a los independentistas. Cabría
preguntarse si no nos encaminamos a la reedición de los dos bloques de la II República:
Frente Popular y CEDA. Los primeros aglutinados en lo que podría ser una
izquierda “neo-independentista” y los segundos bajo el control del poder
económico-financiero.
Convocan
elecciones a la desesperada a dos meses vista -invitando incluso a los rebeldes a presentarse-
a ver si aprovechando el desconcierto y el repunte patriótico “cambia la
tortilla” favorablemente a sus intereses partidistas, refuerzan sus
“chiringuitos” en Cataluña y de paso, se pliegan a las exigencias de los
nacionalistas vascos –que están agazapados, tomando buena nota del “Proces”-
para que les apoyen en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado,
instrumento vital para seguir aferrados al poder a toda costa.
España necesita
de hombres y mujeres de Estado para su gestión y gobierno; elegidos por el
pueblo y no por la oligarquía de los partidos; que respondan ante los
ciudadanos y no ante el líder que los coloca en las listas electorales o en los
cargos públicos.
España necesita
una verdadera división de poderes y una ley electoral representativa y justa
para comenzar a hablar de regeneración y democracia real.
España exige
rodearse de aquellos quienes consideran la política como la prestación temporal
de un servicio público, expulsando a los oportunistas y ambiciosos que ahora la
abrazan como fuente de privilegios o como una profesión y medio muy lucrativo
de vida.
España está
herida, sufre maltrato, saqueos, corruptelas y humillaciones. Pretenden destrozarla
sacándola a subasta por parcelas, ultrajando a quienes a lo largo de los siglos
levantaron generosamente los cimientos y los valores que todavía unen a sus
ciudadanos y territorios.
España lleva
tiempo clamando a los suyos, a esa que llaman “mayoría silenciosa”. Ya es hora
de “oír sus gritos”, salir de la modorra y acabar con esa especie de servilismo
voluntario que nos lleva a confiar en quienes nos engañan y subyugan
permanentemente.
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