Melilla, está envuelta en una manta de fantasía. La ciudad, vive ajena a la realidad de este país. Una vez más, la lejanía, el aislamiento o quizás el interés retorcido del establishment local, se confabulan para que la ciudad siga atolondrada en una secuencia de planos de imágenes superpuestas, como aquellas que dieron origen al cine.
Sí, somos actores involuntarios de una mala película. Un film basado en tracas y fuegos artificiales, para dejar al ciudadano abstraído mirando al Cielo, porque cuanto menos se fijen en el entorno que les rodea, menos posibilidades tendrán de identificar a los vendedores de cuentos, a los profesionales de la trola.
Mucho se habla de futuro, de progreso. De grandes proyectos o propuestas que se hacen en nombre del pueblo. Pero ¿a quién benefician?
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