Emilio Guerra
El voto por correo, se ha convertido en los últimos tiempos en un “coladero” para la ya depauperada democracia española, que tiene en Melilla su máxima expresión, con más de un 11% del electorado en los pasados comicios de marzo de 2008, o un 7% en las recientes europeas, donde la abstención ha sido la tónica dominante. Tiene tantos “rotos” el pobre sistema, que ni la más habilidosa zurcidora de la posguerra española –se extinguió esa profesión con el llamado Estado del Bienestar- podría enmendar semejantes descosidos.
Lo que comenzó siendo un instrumento para el mejor ejercicio del derecho al sufragio, a fin de facilitar fundamentalmente el mismo a desplazados de su lugar de residencia -no tanto a impedidos o enfermos- ha terminado convirtiéndose, en muchos casos, en una “burla” al sentimiento del legislador, en simples “sobres franqueados” para la vulneración de un sagrado precepto constitucional, baluarte de la libertad y la independencia ciudadana. No hay lugar, organismo, entidad, institución, asociación etc., en este bendito país, reino por antonomasia de la picaresca, donde el voto por correspondencia, como es calificado por la LOREG, se haya librado de algún escándalo o irregularidad al respecto. Repasen lo que ocurre o ha ocurrido en clubes o federaciones deportivas por ejemplo, donde para más desgracia, el control es infinitamente menor, auque en esas entidades se muevan muchos millones de euros, gran parte de los cuales son aportados por el erario público. Es la decadencia de un sistema que va camino de la perversión absoluta; es la descomposición acelerada de aquellos valores por los que muchos de nuestros abuelos, e incluso padres, dejaron hasta sus vidas.
Lo sensato, sería apelar a la conciencia democrática de aquellos que tratan de obtener ventaja de una praxis que se está extendiendo en la ciudad como un reguero de pólvora. Pero es trabajo inútil en una sociedad sedada y excesivamente clientelista. Ese “funambulismo electoral”, cada vez tiene menos riesgo. Es como si la “red de la impunidad” estuviese perfectamente instalada para amortiguar cualquier rozadura a causa de una caída. De ahí, supongo, su auge y éxito.
El voto por correo, se ha convertido en los últimos tiempos en un “coladero” para la ya depauperada democracia española, que tiene en Melilla su máxima expresión, con más de un 11% del electorado en los pasados comicios de marzo de 2008, o un 7% en las recientes europeas, donde la abstención ha sido la tónica dominante. Tiene tantos “rotos” el pobre sistema, que ni la más habilidosa zurcidora de la posguerra española –se extinguió esa profesión con el llamado Estado del Bienestar- podría enmendar semejantes descosidos.
Lo que comenzó siendo un instrumento para el mejor ejercicio del derecho al sufragio, a fin de facilitar fundamentalmente el mismo a desplazados de su lugar de residencia -no tanto a impedidos o enfermos- ha terminado convirtiéndose, en muchos casos, en una “burla” al sentimiento del legislador, en simples “sobres franqueados” para la vulneración de un sagrado precepto constitucional, baluarte de la libertad y la independencia ciudadana. No hay lugar, organismo, entidad, institución, asociación etc., en este bendito país, reino por antonomasia de la picaresca, donde el voto por correspondencia, como es calificado por la LOREG, se haya librado de algún escándalo o irregularidad al respecto. Repasen lo que ocurre o ha ocurrido en clubes o federaciones deportivas por ejemplo, donde para más desgracia, el control es infinitamente menor, auque en esas entidades se muevan muchos millones de euros, gran parte de los cuales son aportados por el erario público. Es la decadencia de un sistema que va camino de la perversión absoluta; es la descomposición acelerada de aquellos valores por los que muchos de nuestros abuelos, e incluso padres, dejaron hasta sus vidas.
Lo sensato, sería apelar a la conciencia democrática de aquellos que tratan de obtener ventaja de una praxis que se está extendiendo en la ciudad como un reguero de pólvora. Pero es trabajo inútil en una sociedad sedada y excesivamente clientelista. Ese “funambulismo electoral”, cada vez tiene menos riesgo. Es como si la “red de la impunidad” estuviese perfectamente instalada para amortiguar cualquier rozadura a causa de una caída. De ahí, supongo, su auge y éxito.
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