4/11/08

Epístola

Edmundo Martínez de Madrid
Barón de Medinaseca

En el día del Señor de 3 de Noviembre de 2008



Bélico y estimado don Emilio:

Pláceme participarle que anduve de bien contento cuando hube sabido que nació tal partido que hizo de trizas aquel deuteronómico binomio formado por socialistas y populares. Entiéndame su autoridad: Tanta carne un día y tanto pescado el otro acaban hartando, señoría, que tan diversos son los estómagos como los pertrechos que los alimentan. Vos nos traéis verdura que es como decir que entre col y col mala no es una lechuga fresca.
Prócer don Emilio: En estas tierras asumidas por Su Majestad doña Isabel por intersección del señor Duque de Medina Sidonia, reina hoy la soberanía del Partido Popular. Reina por todos los confines porque los mensajeros reciben diezmos, los zangones y zangonas de la Corte viven como fijosdalgos de la mejor estirpe y la mayoría de los moriscos alábares residentes en la púnica Rusadir aspiran a los parabienes que placen a sus vecinos. ¡Todo está comprado, señor, voluntades y poses!.
Frente al templo del poder omnímodo establecido hay nada, don Emilio. Imagínese un cuervo graznando, ¿qué efecto tienen sus graznidos sino el del picor de un mosquito veraniego muerto de hambre y sopor?. Pues eso, que ni fú, ni fá. Es por éso que malgobierna la Corte con pasmosa facilidad; es por eso que se descojonan los gobernantes en las faces de unos corifeos opositores del banco de enfrente que no existen sino para salir de vez en cuando en los legajos diarios que suelen envenenar conciencias y adormecer moralidades.

Por todo lo antedicho, he de acercarle mi sincero aplauso. No es alegría de incerebrado ni sueño de alucinado sino exponente de una esperanza de quien piensa que, en el siglo XXI, aún hay sitio para la esperanza, al menos en política. Unión, Progreso y Democracia nos ha llegado al alma de quienes estábamos al borde de la desesperación; apreciamos la valentía y sinceridad de nuestra Rosa Díez, señora de los escaños, paladín de la libertad, que nos desloma las conciencias del alma con la sinceridad de un corazón desinteresado.

Concluyo mis reflexiones con un aserto, mi señor Emilio: Deséole la mejor de las venturas políticas y que su brazo bien armado descargue aceros, como hiciere mi admirado Alonso de Ojeda, natural de Cuenca y adelantado del Nuevo Mundo, sin ambajes, ni temor, ni duda alguna, su fuerza sobre quienes carecen de escrúpulos. Deseo verle de alcaide y muy señor en esta plaza envenenada de codicias. Acabe con tanta hipocresía y tanta ambición. Qué bueno sería, don Emilio, aspirar libres y diáfanas atmósferas bajo un cielo azul que es de todos porque no tiene dueño.

No será la última epístola que reciba vuestra querida usía del señor de Medinaseca que, a partir de estos momentos, queda a sus pies convencido de la bondad de vuestro proyecto al que me sumo presto, necesitado de honradez, ávido de ilusión.

Que Dios os bendiga, señor, yo ya lo hice


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