El 4 de octubre se cumplen tres meses de la toma de
posesión del nuevo Gobierno surgido tras las elecciones locales y autonómicas
de mayo pasado. No está en mi ánimo
hacer un relato exhaustivo de los aconteceres diarios desde entonces, sí opinar
libremente en esta tribuna desde una perspectiva abierta, alejado de la acritud
de la intolerancia o de la torpeza de la incomprensión.
Les confieso, antes de continuar, que la idea de
construir una Melilla más próspera, cohesionada y justa dentro de un marco de convivencia
pluricultural y pluriétnica -sin aprensión a los cambios- me seduce tanto, que mi
corazón estará siempre abierto ante un proyecto de tal magnitud. Nada más
progresista y transversal.
Se ha criticado mucho la estructura del Gobierno y
también sus primeros pasos en lo que habrá de ser una travesía compleja. Los
argumentos esgrimidos, además de precipitados, fruto seguramente de la
frustración, los considero desproporcionados.
No es frecuente llegar a acuerdos de gobernabilidad
entre tres partidos como es el caso. Habrá que irse acostumbrando porque será
la tónica general en toda España a partir de ahora. Corren malos tiempos para los
que añoran las mayorías absolutas y sus arbitrarias “comodidades”. Conviene ir
asumiendo y estudiando el manual sobre la “mecánica” de los pactos.
Resulta novedoso el “compromiso a tres”, pero no por
esa naturaleza condenado al fracaso o leña para “alimentar una hoguera”. Ni siquiera
nació con el beneficio de la duda que se le otorga a todo hijo/a de vecino/a. Hubo
“convulsión”, sí, pero fue porque colisionó frontalmente con el histórico
inmovilismo, un estruendo que todavía se oye.
También puede resultar extraña la diversidad de sus
pautas, tiempos o métodos, fruto de una naturaleza ideológica diferente que
busca encaje en el espacio, pero que confluyen hacia el mismo destino.
Podríamos decir en términos ciclistas que el objetivo o el reto es “encontrar
la cadencia de pedaleo más eficiente, utilizando los desarrollos oportunos”. O
sea, fuerza –la decisión firme de mejorar la ciudad- y por otro lado, habilidad
para manejar de forma inteligente los “cambios, platos y engranajes” en los
terrenos de tránsito.
Parece como si cierto sector político considerase al
nuevo “ejecutivo tricolor” como osados allanadores de morada, intrusos o
indolentes okupas. Tanto tiempo de complaciente confort, a veces, lleva a la
incredulidad y la confusión.
La “Casa del pueblo” no se transmite hereditariamente,
tampoco pasa a ser propiedad privada por usucapión –posesión continuada- como
en el derecho romano, porque resulta que es una “Res pública”. Digamos que ayer
estuvo largamente ocupada; hoy lo está por otros; mañana, nuevos moradores vendrán.
Todos esgrimiendo el mismo derecho y legitimidad para intentar mejorar el
bienestar de los melillenses y, consecuentemente, con el riesgo también de
equivocarse.
El esfuerzo y la tarea de los/las responsables de las
distintas áreas de gobierno está siendo encomiable, me consta, porque saben que
hay que demostrar mucho en un clima y condiciones adversas que no son las más
óptimas. Transiciones y traspasos de poder siempre complejos en condiciones
normales de lealtad democrática. Pueden imaginar la dificultad añadida cuando
no existe atisbo de generosidad colaborativa y todo es inquina o resquemor.
La “nueva Melilla” precisa de políticas y pactos de
ciudad, como también del arranque de amplios proyectos consensuados que
reactiven nuestra decadente economía. El soporte financiero para todos ellos
habrá de llegar con los PGCAM para el año 2020, presupuestos, recordemos, por
primera vez participativos que están cosechando una exitosa aceptación.
Han transcurrido noventa días con sus noventa noches.
De momento, ninguna “tragedia griega”, “calamidad o epidemia” digna de significar
pese a las típicas “zancadillas” y los augurios de “eclipses y tsunamis”
catastrofistas. Aquí sigue amaneciendo y la bandera de España ondeando.
Como ciudadano comprometido, defensor de la
racionalidad en el ejercicio de la gestión pública, apuesto por alcanzar lo que
Melilla viene demandando -y todavía no ha logrado- en el terreno socioeconómico y político. Después
de oír cientos de promesas incumplidas y reivindicar durante muchos años soluciones
que nunca fueron atendidas, creo que los recién llegados merecen el beneplácito
y la oportunidad de intentar satisfacer esas demandas.
Y para reforzar lo anterior, totalmente de acuerdo con
la frase publicada por el editor Enrique Bohórquez del diario Melilla Hoy:
"Sería
conveniente que, de cara a la repetición de las elecciones generales del 10 de
noviembre, Melilla tuviera en el Parlamento español un representante de un
partido político genuinamente local". Conveniente, urgente y muy
necesario disponer de esa voz independiente en Madrid.